
Y es que, aquí en la Tierra, el problema de los malos olores parece tener fácil solución abriendo durante unos minutos la ventana. Incluso si te ves en la incómoda situación de estar encerrado en un ascensor con estos malos efluvios rodeándote, la cuestión termina solucionándose al llegar al piso seleccionado y saliendo rápidamente por la puerta.
Pero en el espacio todo tiene un plus de dificultad y de peligrosidad…
Los pedos, no lo olvidemos, son inflamables. Están compuestos mayoritariamente por hidrógeno (H2) y metano (CH4), y les aseguro que esto es algo que no quieres tener flotando en una pequeña cápsula cerrada y presurizada en medio del espacio… El fuego es uno de los mayores enemigos al que te puedes enfrentar en el espacio.
Aun así, el problema no es algo sobrevenido o que haya aparecido por sorpresa en estos días: Ya desde los más tempranos inicios de la carrera espacial, esta bomba de relojería en forma de gases intestinales fue objeto de estudio y análisis en los primeros astronautas.
Discovery hace referencia a un artículo publicado a finales de la década de los años ’60 del siglo pasado en donde se analizaba el tipo de dieta de los astronautas en relación a las flatulencias que producía… La idea era encontrar un equilibrio en la alimentación y evitar los gases en los participantes de las misiones Gemini.
Curiosamente, este estudio de 1969 se centró en las cantidades de metano que los astronautas “emitieron” durante una semana y descubrió que la dieta que suministraban a los astronautas en aquellos tiempos era demasiado abundante en alimentos que más tarde fermentaban y producían gases.
Desde entonces hasta ahora, las dietas de los astronautas son rigurosamente controladas y están diseñadas para evitar al máximo los alimentos que tienden a producir más flatulencias…
Para finalizar y como nota de humor a este “asunto tan serio”, mientras escribía este post me he encontrado por sorpresa con una de las relaciones más surrealistas entre pedos y espacio que podáis imaginar…
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